Creerse el único capaz de ver las gestas de un deportista de la dimensión de Márquez es tan absurdo como decir que el agua moja.
En Buriram, como se esperaba, Marc acreditó su inmenso talento. Y puede que en los próximos escenarios -Argentina y Austin- siga siendo así. Sería lo lógico repasando la historia. Pero el mundial es largo, muy largo; y este no es un deporte fácil, sino a veces injusto y cruel.
Llegarán las carreras de Europa y allí puede -y digo puede, sólo puede; no lo afirmo- que su superioridad no sea tan apabullante. Sin dejar de serlo.
Creo ciegamente en el talento de Márquez. Pero ni Marc corre solo, ni sus rivales merecen el ninguneo al que algunos quieren someterles. Cuestión de respeto, fundamentalmente. Y de tener claro que para que una victoria o un título cobre su valor real, debe calibrarse -también- por la dimensión y calidad de sus rivales.
Quienes sólo se leen a sí mismos corren un alto riesgo de hacer el ridículo.
Por mucho que se crean únicos, adivinadores del futuro, nigromantes, lectores del poso del café o capaces de ver lo que según ellos otros no atisban, el peligro que trae tal obcecación y ensimismamiento sólo conduce a una patética locura.

Por qué, por más que gritemos, por más que ESCRIBAMOS EN MAYUSCULAS Y CON MUUUUUCHOS SIGNOS DE ADMIRACION!!!!! deberíamos tener la humildad de no considerarnos ni tan proféticos ni tan singulares.
Esto del motorsport -especialmente en su declinación “periodística”- está lleno de monarcas auto-coronados que se creen no sólo ya en posesión, sino incluso en exclusiva, de la verdad absoluta.
Hoy, cualquier tonto de CAPIROTE puede caer en la tentación de creerse el rey del mambo, y del pollo frito si se tercia. Piensan que por tener un puñado de palmeros a su alrededor, jaleándoles desde las redes sociales y riéndoles las gracias, son los “protas” de la película.
Aunque es cierto que algunos pilotos también pueden perder el mundo de vista por culpa del halago permanente de lisonjeros profesionales, pelotas compulsivos, y babosos irredentos que confunden admiración o lealtad con una fidelidad tan enfermiza que no difiere nada de una fijación. E incluso puede provocar un estado mental llamado limerencia. O, si quieren ponerse en un plano más mundano: “no es amor lo que tu sientes, se llama obsesión”, como cantaba Aventura, un grupo de bachata con cierto éxito.
“El halago debilita”, que dijo aquel. No, ni Márquez ni Alonso necesitan de esa corte de bufones locos de atar que zascandilean a su alrededor como si fueran no ya sus descubridores, sino incluso los únicos legitimados para gozar de su talento.
En esta vida es crucial no caer en el patetismo, y por muchos que a algunos su autocomplacencia les haga creer que en su imperio jamás se pone el sol, repetir como cotorras que Marc o Fernando son fenomenales no les convierte ni en zahoríes del destino ni en visionarios del futuro.
Gocemos colectivamente, todos, de la calidad de los más grandes. Y hagámoslo sin la pretensión de equiparar la altura de nuestro ego y petulancia a la de las cualidades superbas de quienes, esos sí, son los “protas” -los de verdad- de la película.
Y, sobre todo: que algunos dejen de hacer el ridículo urbi et orbe, que ya tienen una edad.
Fernando Alonso Marc Márquez