Se hace raro, muy raro, no ver a Christian Horner con su prefabricada amabilidad atendiendo a los medios en el hospitality de Red Bull, siempre cortés y educado. Han sido dos décadas en las que su presencia plastificada era casi tan identificable con el equipo de Milton Keynes como el logo de la silueta de los búfalos rojos sobre la luna.
El motivo de su ausencia, ya lo saben. Se lo han cargado, y en su lugar debuta Laurent Mekies, francés, joven, y con experiencia (Toro Rosso, Ferrari, FIA, Racing Bulls…) aunque sin el “charme” del británico.
Oficialmente no hay explicaciones sobre su cese. Flota en el aire el supuesto acoso sexual a alguien del equipo, los resultados deportivos de los últimos tiempos, la pérdida de confianza y el alejamiento con los propietarios de la empresa y el equipo patrocinado… Pero, sobre todo, la mala relación con el “clan Verstappen” integrado por el cuatro veces campeón mundial (Max), su padre (Jos) y el tenebroso Helmut Marko, la némesis de Horner.
Siempre se ha dicho que del mismo modo que Red Bull ha sido una magnífica rampa de lanzamiento para muchos pilotos, también es conocido que actúa como una trituradora de carreras deportivas. Y el último ejemplo de la famosa insaciable voracidad de esta especie de Saturno capaz de zamparse a sus propios hijos lo tenemos en la forma que se han fulminado a Christian, el cepillador cepillado.
Pese a tener a quien es probablemente el mejor piloto de la parrilla actual, el ambiente en el equipo azulón no es el mejor. Se han ido Adrian Newey (Aston Martin), Johathan Wheatley (Sauber) o Rob Marshall (McLaren), entre otros. Y ahora, la salida estemporánea de Horner aparece en pleno temporal de rumores sobre el futuro de Max Verstappen, la joya de la corona propiedad ahora de Chalerm Yoovidhya (51% de las acciones de Red Bull) y de Mark, el hijo del fundador de la marca energética, Dietrich Matteschitz. El tailandés ya no podía proteger por más tiempo a Horner, y ante la posibilidad que Max ejecute alguna de las cláusulas de rescisión que parece que tiene en su contrato ordenó al máximo ejecutivo de la empresa de bebidas, Oliver Mintzlaff, que entregara el cadáver de Horner al grupo holandés.

Si Verstappen acaba yéndose de Red Bull no será por dinero sino porque quiere volver a tener un coche competitivo que no le obligue a ir con el gancho en la garganta como le pasa ahora con el RB21. Pero: ¿para ir a Mercedes?, ¿con ese coche que pese a llevar el mismo motor que los McLaren no puede con ellos este año? ¿O para ir a Ferrari si finalmente Hamilton cuelga el casco a final de año como insinúan algunos medios británicos, decepcionado por la aventura con los de Maranello.
La cabeza de Horner ha sido entregada en bandeja como la de San Juan Bautista. Y ahora que la Salomé holandesa ha visto como su padrastro Herodes premiaba su danza de cuatro títulos mundiales puede que no se mueva de aquí. O que acceda a ese año sabático que apuntan algunos, aunque me cuesta ver a Max sin competir, aunque sea en SIM-Races o con el Ferrari GT3 que de vez en cuando pasea a su “alter ego”, Franz Hermann.
Quien podría ir a Ferrari es Horner para sustituir a Fred Vasseur, incapaz de emular lo que logró Jean Todt. Ofertas no le faltarán. Algunas tan arriesgadas como asir el timón de Alpine, una nave tripulada ahora por el corsario Briattore que podría ir a pique sin el apoyo de Renault. Aunque me cuesta ver a Horner negociando los motores Mercedes para los de Enstone con su “querido” Toto Wolff, la única persona el paddock con quien el flemático Spice-boy ha perdido los papeles en todos estos años. Que sepamos, claro, y con permiso de De Telegraaf, el verdadero boletín oficial de Red Bull.
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