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Cuando en las carreras no hay una segunda oportunidad

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Bueno, pues ya vi “F1, la película”, y me ratifico en lo dicho y en que me temía: 1)-Brad Pitt y yo nos seguimos conservando tan bien como siempre; 2)-¡Qué buenas estaban las palomitas! y 3)-siguen sin gustarme las historias filmadas sobre motorsport.

Tengo que reconocer, sin embargo, que Javier Bardem es un actorazo y que la nueva producción de Joseph Kosinski sigue la misma línea de espectacularidad que ya vimos en su realización sobre “Top Gun, Maverick”, aunque como en la de los avioncitos me sigue sobrando tanta sobredosis de testosterona y machismo gratuito que se supone que derrochamos los cernícalos a los que nos gusta eso de los coches y las motos. ¡Qué también leemos libros, coño!

La inversión realizada por los insiders de la F1 que también han metido la pasta ahí (Lewis Hamilton, Toto Wolff o Stefano Domenicali entre otros) se nota en los medios utilizados. “F1, la película” es un show audiovisual impresionante, y sólo por eso vale la pena verla… pese a que a los “puristas de las carreras” -como un servidor- diversos fallos, algunas interpretaciones distorsionadas sobre lo que es la realidad de las carreras o el rigor de los reglamentos, sí: nos hacen arquear las cejas en algún momento del larguísimo metraje de la proyección (incluso para mí). Pero, vaya, no seamos tan escrupulosos; que quede claro que al mejor escriba se le escapa un borrón, y esos fallos no llegan a provocar sonrojo alguno.

Toto Wolff
Toto Wolff

Sí lo hace, acaso, la puerilidad del guión en la que la pericia que se supone que tienen quienes manejan un bólido a más de 300 Km por hora se trivializa en exceso. Algunas secuencias en las que el prota adelanta a sus rivales en plena recta, como si los demás fueran tan tontos de no saber pisar el acelerador a fondo, me hicieron sonreír porque me transportaron a los tiempos que “Meteoro” era mi serie favorita de dibujos animados. No me extraña que Max Verstappen no haya querido saber nada de la película, escocido como ya quedó de la tontuna que transmite la serie de Netflix “Drive to survive” en la que queda como un mentecato… cómo pasa también ahora con el largometraje.

Y es precisamente esa infantilización de un deporte en el que los que hay que se juegan la vida me ha hecho reflexionar sobre las declaraciones de Marc Márquez antes de la carrera de este fin de semana.

Que sí, que ya sabemos que el de Cervera es bueno, muy bueno, requetebueno que diría Pepe Rubianes. Buenísimo, extraordinario, superlativo y, con toda seguridad el mejor piloto de la última década. Vale. Pero no hace falta que nos den tanto la turra con el tema, a diario, e incluso CON MAYUSCULAS y MUCHOS SIGNOS DE ADMIRACION como hacen quiénes se creen el mesías del octanaje. Que sí, hombre, que sí. Que como ya he dicho, algunos incluso leemos libros, no sólo nuestros propios mensajes y vaticinios en las redes y video podcasts de medio pelo.

Marc dice que le enerva que todos den por hecho su victoria en Sachsenring, por mucho que este sea uno de sus escenarios predilectos, uno de esos lugares en los que ha ganado un porrón de veces, y probablemente lo vuelva a hacer este fin de semana.

Y es que, ¿saben qué pasa? Que este es un deporte donde a veces, demasiadas, sus protagonistas -ellos, y no quienes hablamos o escribimos sobre sus gestas, por mucho que haya quién se confunda de rol en esta otra película- se caen, se hacen daño; mucho a veces, como hemos visto en la pantalla de nuevo. Y, sí, a veces incluso a algunos les pasa eso que están pensando y que no me da la gana de escribir. Porque un GP es eso: la realidad, la vida. Y no la farsa que a veces nos transmiten las pelis de motorsport, donde todos son muy guapos y, por supuesto, (casi) siempre se llevan a la (o el) ingeniero de turno al tálamo.


Formula 1 Stefano Domenicali Toto Wolff

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