Después de mucho tiempo de ausencia en una carrera, apareció Bernie Ecclestone en la parrilla de Interlagos. Y, casualidad seguramente, pero en el GP de Brasil se armó la marimorena como en los tiempos en que era él quien movía los hilos de la F1.
Con los títulos de piloto y constructor decididos, parecía que ya estaba todo el pescado vendido. Pero la carrera de Sao Paulo -intensa, divertida y emocionante- aportó tal dosis de picante a la situación que la cita del Yas Marina tiene ahora más morbo que un capítulo del podcast de Corinna, ya que hablamos de Abu Dhabi.
Todo indicaba, sobretodo después de su victoria en Singapur y de los últimos “gatillazos” de Leclerc, que el subcampeonato de pilotos iba a ser para Checo Pérez y el de marcas para Ferrari.
Pero el egoísmo exhibido por Verstappen al negarse a sacrificar su ¡sexta! posición en beneficio del mejicano -uno de sus resultados más pobres del año-, que acabó séptimo (3 miserables puntos de diferencia), esa negativa a intercambiar sus posiciones ha puesto en compromiso la medalla de plata para Checo, que llega a la última carrera del año empatado a puntos con el de Ferrari. El subcampeonato será, pues, un cara o cruz entre ambos.
Casi cincuenta años de carreras me han enseñado que los pilotos son, en general, algo desagradecidos, bastante proclives a decir mentirijillas, y con un acusado sentido del ego. Pero la cabezonería de Max el domingo pasado se sale del catálogo.
Seguramente algún argumento habrá para justificar la obcecación del neerlandés y que no sabemos. Incluso hay quien indica que el bicampeón no ha digerido aún la bandera roja que motivó (o tal vez provocó) Checo en Mónaco y que hizo trizas una vuelta que Verstappen estaba dando camino de la pole.
Pero si tenemos en cuenta que Mónaco fue a finales de mayo: todo el afecto, los gestos de agradecimiento, de compadreo y buen rollo que hemos visto frente a las cámaras entre los dos pilotos de Red Bull, ¿qué eran?, ¿un paripé?, ¿teatro del bueno? O ¿pura hipocresía?
Max había conseguido borrar en las carreras de este año aquella imagen de “caballo loco” que se había labrado desde que debutara con Toro Rosso. Todos los analistas coincidían en ponderar la madurez que estaba demostrando vuelta tras vuelta. Hasta las últimas de Brasil, donde de un plumazo todo ese “blanqueo” de imagen su fue al traste con su negativa.
Jaime Alguersuari me contaba en una reciente entrevista que Max “es un piloto diseñado para ganar; una autentica máquina de matar”. Que quiere ganar siempre, vaya. Y más a su “compañero” de equipo.
La codicia de los campeones, su voracidad de triunfos, es insaciable, cierto. Pero tal vez hayamos sobrevalorado un poco la inteligencia del flamante campeón. Con precedentes como el famoso “Multi21” que se vivió en la alineación de los pilotos del equipo de Milton Keynes en 2010 nos indican que de la paz al mal rollo la distancia puede ser muy fina.
¿Con qué ánimo se aprestará en el futuro Pérez a hacerle un favor a Max -como ha hecho este año en varias ocasiones- sin la certeza de verse correspondido en situaciones de necesidad?
Igualmente, los 19 puntos que separan a Ferrari de una revitalizada Mercedes en el pulso por el segundo peldaño de la tabla de constructores puede parecer mucho… o desvanecerse en un suspiro en medio de la noche arábiga.
Por no hablarles de los rifi-rafes que hubo en la carrera al sprint del sábado pasado entre Ocon Vs Alonso (que se va de Alpine); Stroll Vs Vettel (que deja la F1); o entre Verstappen y Hamilton (con sanción incluida para Max).
¡Calentito, calentito! Si el emérito de la F1 no se perdió la carrera de Brasil, ¿hará lo mismo con la de “su casa” el otro?
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