Aunque Lewis Hamilton estaba más a gusto que un arbusto (antes de subirse a su coche, claro) la mayoría de los pilotos no quedaron nada contentos con el “show” previo al GP de Miami de este fin de semana.
La presentación con DJ’s y locutores vociferantes de por medio, como si estuvieran en una tómbola, les pareció incómoda, larga y tediosa. Y el exceso de VIPS, famosillos de medio pelo y toda suerte de fantasmones durante la formación de la parrilla les perjudicó en el necesario proceso de concentración para preparar un momento tan trascendente (y arriesgado) de la carrera como es la salida.
A mi no me disgustó del todo. Pero, claro: una cosa es estar en tu casa tranquilamente tomando el aperitivo frente la tele, y la otra meterse en la estrechez de ese sarcófago de fibra que es el cockpit de un monoplaza con el que en unos minutos vas a jugarte la vida yendo a toda mecha entre paredes más duras que la cara de algunos de esos invitados.
Liberty ha conseguido darle a la F1 una dimensión distinta al marchamo que le imprimió Bernie Ecclestone durante muchos años, con un incuestionable éxito comercial por otra parte. Los actuales gestores del campeonato han sido atraer al público más joven, cuyo interés por la especialidad brillaba por su ausencia en la etapa anterior de la F1. La promoción de series como “Drive to survive”, una cierta apertura en el acceso a las imágenes del campeonato, su difusión a través de las redes sociales, y otros recursos de popularización han servido para darle vidilla al asunto.
Nada que objetar al método seguido. Pero hay unos límites, y habrá que darles la razón, o cuanto menos escuchar a los que se juegan el pellejo durante la función: los pilotos. Y es que un error en la carrera no se subsana volviendo a la pantalla inicial. Esto no es un videojuego sino una contienda con fuego real.
Y lo que no es de recibo es que el año pasado a Martin Brundle un guardaespaldas le zarandeara cuando intentaba entrevistar a un gañán con pase que zascandileaba por allí, cuya popularidad era directamente proporcional a su cretinismo; y que esta vez al bueno de Jackie Stewart un gorila con aspecto de macarra le impidiera acercarse a hablar con el siempre atento Roger Federer, con quien el tricampeón mundial comparte el rol de embajador de una marca de relojes. No, la F1 no debería cambiar un Rólex por un Casio.
Este fin de semana MotoGP alcanza su GP número 1000. Una efeméride extraordinaria para conmemorar la historia del campeonato mundial que arrancó en 1949 en la Isla de Man.
Conseguir este hito es algo que merece una celebración por todo lo alto, y más si llega en un lugar con tanto pedigrí en el motorsport como es el circuito de Le Mans.
Estoy convencido que Dorna (no tengo tantas expectativas con la FIM) lo va a subrayar como corresponde, sin ninguna necesidad de mentecatos como los que divagaron por Miami.
Se puede hacer, seguro, y con la capacidad de seducción suficiente para que la carrera número 1000 atraiga a los “milenials”, que -cierto- falta le haría al campeonato.
La celebración debería ser consagrada al deporte, al motociclismo, y no a lo circense. Entre lo de la carrera en Florida y la coronación de Londres ya tenemos el cupo de oropel cubierto para la semana. Y que los de la gorra de canto que se queden en casa, y Lionel Richie también.
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