Volver al Hungaroring siempre es interesante, sobre todo porque nos evoca aquella primera victoria en la F1 para Fernando Alonso en un tórrido día de agosto de hace 20 años.
Ahora, a punto de cumplir 42 años, el piloto asturiano llega a este sitio casi con la misma energía de entonces, si no más, y convencido que aquí podría llegar la esperada trigésimo tercera victoria de su palmarés. Lo hace siendo aún mejor piloto de lo que ya era cuando se puso al volante de aquel Renault, y creo que con la misma ilusión con la que debutó aquí con un Minardi en su primera carrera en la F1 dos años antes de aquel primer éxito.
El circuito húngaro siempre ha sido un lugar de “primeras veces”; lo fue para Alonso, sí, pero también para Jaime Alguersuari que debutó en la F1 aquí con Toro Rosso en 2009 (con 19 años y 125 días, el más joven en conseguirlo en aquel momento). Y, lo que son las cosas, lo será también este fin de semana para Daniel Ricciardo en su retorno a la categoría, ahora con la versión actual del coche de Faenza que llevara entonces el barcelonés, el monoplaza de la escudería Alpha Tauri.
La vida está llena de paradojas. Alguersuari vivió su tiempo de estancia en la F1 torturado por la creencia que el volante del Red Bull que pilotó el australiano desde 2014 hasta 2018 tenía que haber sido para él; y ahora Daniel vuelve a la F1 de la mano de un equipo en el que ya estuvo dos temporadas: precisamente Toro Rosso, o lo que es lo mismo: AT.
Este es un circuito ratonero donde adelantar no es fácil, que pone a prueba la mecánica por la temperatura extrema que suele acompañar la carrera, con un asfalto bastante deslizante que castiga mucho a los neumáticos, donde la tracción es fundamental y en el que la gestión de la degradación de las gomas en el tramo final de la carrera es la madre del cordero. Y sin curvas rápidas, el principal talón de Aquiles del Aston Martin.
Los del equipo de Silverstone han trabajado a fondo para esta carrera, sabedores que en la próxima -en Spa- tal vez vuelvan a sufrir como lo hicieron en Silverstone o Catalunya. La de Budapest es, junto con Singapur -y como lo debiera haber sido Mónaco- una de las grandes oportunidades del año para el equipo verde.
Pero en la F1 no siempre dos y dos son cuatro. Este es un asunto tan complejo como el juguete más vendido en la historia, aquel cubo multicolor y cabroncete que inventó en 1974 un profesor de arquitectura y gran aficionado a la escultura llamado Erno Rubik… en Budapest.
Las últimas evoluciones del AM23 están preparadas, cierto, pero las del resto de la competencia también. Aquí no hay quien pierda comba, aunque es verdad que “los de arriba” ya están trabajando en el coche del 2024 y puede que para ellos el tiempo de introducción de grandes actualizaciones ya haya pasado.
Este sábado el circuito magyar estrena el nuevo sistema de distribución de los neumáticos para los tres tramos de la sesión de calificación. Cualquier novedad significa un nuevo reto para los pilotos; y en este sentido, los más intuitivos, los que son menos producto de laboratorio como los pertenecientes a la “generación Play Station”, los que por sus habilidades innatas saben sacar mejor provecho de situaciones novedosas tienen ventaja por su habilidad en la improvisación. Como el astuto Fernando Alonso, capaz de realizar una conducción camaleónica, poliforme, adaptable a cada circunstancia. Y puede que su experiencia en el Dakar o en la resistencia le hayan hecho aún mejor en este aspecto.
En la F1 no hay un “guion” prestablecido; y menos ahora que los de Hollywood están de huelga… Y aunque esta sea un deporte absolutamente científico, aquí “el cubo” no se acaba de construir, como el de Rubik, en base a movimientos matemáticos. Pero hay argumentos para creer que el domingo Alonso puede volver a brindar como lo hizo hace dos décadas en ese mismo podio.
Aunque, cuenta la historia que Hungría sufrió un severo correctivo en la revolución que pusieron en marcha contra los Habsburgo en 1948. En aquel momento, los austríacos -que habían sofocado la rebelión magyar- hicieron popular el acto de chocar sus jarras de cerveza para celebrar algo; en este caso, el sofocamiento del alzamiento húngaro.
La humillación fue de tal magnitud, que los húngaros acordaron prohibir a partir de aquel momento cualquier tipo de brindis en público… Pero de eso ya no se acuerda nadie, y el veto ha pasado a la historia del mismo modo que los Pente o los Mag ya hace años que no circulan por las calles de la capital del país donde en 1893 los ingenieros locales János Csonka y Donát Bánki inventaron el primer carburador de gasolina para un motor estacionario de la historia.
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