Los pilotos andan cabreados. Especialmente los del WRC desde que Adrien Fournaux ha sido multado con 10.000 euros (que se duplicarán en caso de reincidencia) por soltar un “la jodimos” en referencia a su accidente en la nieve de Suecia. Como si nunca hubiéramos escuchado nada parecido.
Según la Federación Internacional de Automovilismo (FIA), “expresiones como esta se han convertido en coloquialismos comunes, aunque en realidad son blasfemias inapropiadas”. Toma del frasco, Carrasco.
Mohammed Bin Sulayem, el presidente del máximo órgano gestor del automovilismo deportivo, se halla empecinado en semejante cruzada.
Me hubiera gustado saber qué soltó cuando en 2009, durante una exhibición en el circuito de Dubai, destrozó el Renault R28 que Fernando Alonso había pilotado en el mundial de F1 de la campaña anterior. Creo que debió ser algo más allá de un “qué fatalidad”, un “córcholis” o acaso un “cáspita”, especialmente si por un momento pensó en la factura consiguiente al ridículo de estamparse en plena recta (por mucho dinero que pueda tener este individuo…).
En Melbourne, el escarmentado Max Verstappen fue parco en palabras en la rueda de prensa preliminar al GP inaugural, y el asturiano no estuvo especialmente dichacharachero frente a los micrófonos en los actos oficiales. Ahora, en vísperas del Rally de Kénia los pilotos han decidido limitar sus declaraciones “en caliente” a la salida de los tramos (o hacerlas en su idioma vernáculo) para no soliviantar la moral represiva de un tipo cuyo afán de protagonismo sólo encuentra competencia en el de Jorge Viegas, su homólogo en la Federación de Motociclismo -la FIM-, con quien comparte una especial adicción por focos y cámaras.
Se comenta que ambos tienen controlada incluso la hora de paso del satélite Meteosat sobre sus cabezas para asomarse por la ventana de sus despachos -cuando están- y no perder la ocasión de “chupar plano” en las fotografías de los mapas del tiempo.

Este tipo de actitudes represivas, envueltas en la bandera de una supuesta voluntad moralizante y forradas de una moralina trasnochada, contrastan con el manantial testosterónico que desprendieron las críticas de Helmut Marko por las lágrimas del debutante Isack Hadjar cuando se la pegó bajo la lluvia en la vuelta de formación de la carrera australiana, jodien… (uff… perdón, perdón, perdón…)… fastidiando quería decir, el chasis de su Racing Bull al estrellarlo contra el put… (lo siento, lo siento de verdad) quería decir el incordiante y molesto muro de Albert Park.
Según el “sargento de hierro” de los energéticos “su espectáculo lacrimógeno fue vergonzoso”. Otra más de alguien con más cadáveres en el armario que el ropero de Agatha Christie y el sótano de Stephen King juntos.
El lamento de Marko me recuerda el reproche de Aisha bint Muhammad ibn al-Ahmar, la madre del último rey musulmán de Granada: Boabdil. Ya saben, la que le dijo aquello de “llora como una mujer lo que no supiste defender como un hombre”.
No puedo sentirme más identificado con la reconocida sensibilidad de Ralph Schumacher, que puso en cuestión el comentario fuera de tono -uno más- del provocador Marko. Y más teniendo en cuenta las difíciles condiciones en que se encontraba la pista australiana, que era el estreno de un rookie como el franco-argelino, y lo frustrante que debe resultar para alguien que se ha sacrificado durante toda la vida para que el momento más esperado concluya de manera tan prematura e inesperada.
Shakira canta: “las mujeres ya no lloran”. Y yo añado: “y si los hombres lo hacen… ¿qué coño pasa?” (y no pienso pedir perdón ni a Sulayem ni a San Pedro Bendito).
Menos machirulos en el paddock, y más generosidad como la del padre de Hamilton, que fue a consolar al rookie criticado.
Helmut Marko Isack Hadjar