Terminó el Dakar, el sexto que se ha disputado en Arabia Saudita. Una carrera que siempre ha vivido con el complejo de ser “un sucedáneo” de la “original”, la que en su momento creara Thierry Sabine: la que se corría en Africa. Ni las ediciones celebradas durante diez años en Sudamérica pudieron librarse positivamente de la comparativa.
Y como todo en este país de Oriente Medio es a lo grande, hiperbólico, superlativo… han querido quitarse ese “complejo” de inferioridad respecto al Dakar “autentico” con algunas etapas absurdas en las que el sabor de la aventura se ha suplido por los peligros de unas velocidades innecesarias y rompedoras.
La presente edición ya arrancó mal con una ceremonia de pre-salida en Barcelona bastante pobre, como ya sucediera el año pasado. De nuevo fue un acto tacaño, deslucido y mediocre que se desarrolló casi en clandestinidad; no se si para gastar poquito, para no rememorar recientes fracasos deportivos en el Port de Barcelona, para no soliviantar los ánimos de sectores que no son grandes entusiastas del motor, o para contentar a los anfitriones de la carrera -los árabes- que no quieren ceder ni un minuto de protagonismo a nadie bajo ningún concepto. Pero por una cosa u otra, el insulso embarque en Barcelona volvió a estar a años luz de aquellos tiempos en que la ciudad se volcaba en sus calles con el Dakar. Cero comunicación, cero inversión, cero repercusión. La fórmula es clara.

Luego, con la carrera ya en marcha, las primeras etapas fueron de una (artificial) dureza fuera de lo común. Tanto que algunos de los principales protagonistas quedaron apeados casi antes de que los motores cogieran temperatura.
Si bien es cierto que esos abandonos de las “vacas sagradas” ha dado visibilidad a las nuevas generaciones de pilotos muy jóvenes, el Dakar no puede permitirse perder tan pronto a franquicias de relieve como Loeb, Sainz o Peterhansel, por citar algunos.
Celebramos los éxitos de pilotos como Lategan, Quintero, Moraes, Variawa, o los de Cristina Gutiérrez, Edgard Canet, Tosha Shareina o Pau Navarro. Pero su incursión no debería ser incompatible con los nombres que, por su prestigio y leyenda, siguen dando visibilidad y popularidad a la carrera.
El Dakar debe ser duro, cierto. Pero no imposible. Y menos en la primera semana de carrera. Parece poco inteligente quedarse sin las bazas más mediáticas de la prueba desde los primeros kilómetros.
Y para terminar: la logística. El Dakar debería terminar en una gran ciudad, no en un lugar sin apenas servicios, ni cobertura decente, ni repercusión mediática, ni público asistente. Arrancó casi a escondidas en Barcelona, y ha terminado también a hurtadillas, del mismo modo, enterrado en la arena de Shubaytah.
A no ser que de lo que se trate sea de ahorrarse cuanto antes el máximo número de menús en los vivacs, o de vender pack de wifi a precios imposibles, como cuando las comunicaciones vía satélite eran una quimera par astronautas. ¿O tal vez se trataba de eso? En el país del oro negro algunos han querido sacar más petróleo de la carrera que de los pozos que sirven para blanquear a través del deporte la ausencia de derechos civiles elementales dentro de sus fronteras.
Dakar Tosha Schareina