Alessandra, mi profesora de italiano, me ha enseñado algunas expresiones en su idioma absolutamente fascinantes. Gracias a ella he dejado de creer que hablaba la lengua de Dante simplemente con meterle una “i” al final de cada palabra en castellano.
Como buena veronesa sabe perfectamente la trascendencia de las relaciones de amor/odio entre los clanes, como los de los Capuleto y los Montesco. En la librería de su casa sólo hay una biografía de un deportista, la de Valentino Rossi. Su familia veneciana, a la que apasionan las motos, “tifa” por el Doctore, como es normal.
Entre los modismos italianos que he aprendido mi favorito es “fare una brutta figura”, que, traducido a nuestro idioma, vendría a ser tanto “hacer el ridículo” como “quedar mal”.
Las últimas declaraciones del piloto de Tavullia me han parecido justamente eso: “una brutta figura”. Siempre he admirado a Vale por su bestial calidad como piloto y su forma de gestionar la comunicación, el marketing y el negocio que se ha creado alrededor de su persona. Sin duda alguna la contribución de Rossi a la popularidad de MotoGP ha sido la más importante de la historia de los GP, y su poder de seducción de las masas de aficionados que aún hoy -años después de su retirada- le siguen adorando es una materia que debería ser obligatoria en los planes de estudios de las escuelas de negocio del mundo.
Pero esta vez Rossi se ha pasado de frenada, y la inquina enquistada en su interior tras sus desencuentros con Marc Márquez en el pasado, no sólo empequeñecen su leyenda indiscutible, sino que hacen aflorar una debilidad y un nerviosismo de quien más que un héroe de la moto es todo un mito y un icono del deporte en general.
De chavalín, Márquez admiraba a Rossi, quien pasó de llamarle cariñosamente “el pequeño bastardo” a odiarle de verdad. Una rivalidad que llevó a enfrentarse a los seguidores de ambos pilotos con el mismo rencor y mala leche que lo hicieron las dos familias del drama amoroso más famoso de la literatura universal.
Pero de aquellas bullas entre los dos pilotos más trascendentes del motociclismo moderno han pasado ya casi diez años. Y, sin embargo, las heridas parece que aún supuran; o al menos eso es lo que parece por parte de quien no está dispuesto a cicatrizarlas incluso tanto tiempo después.
Rossi ha vuelto a rajar en contra de Marc. Sorprende que una década después Vale siga insistiendo, acusándole de ser “el piloto más sucio que he visto”, a lo que Márquez ha respondido con el desprecio de su silencio.
En su momento Rossi fue capaz de acabar con la trayectoria deportiva de algunos de sus rivales, como la de Max Biaggi o la de otros contendientes menos talentosos que el romano. Su capacidad para devorar las meninges ajenas, para dinamitar el cerebro de sus rivales, para carcomerles el coco hasta fagocitarlo totalmente, sólo era comparable a la de Mick Doohan, otro devorador compulsivo de la moral ajena.
Pero Márquez no es tan pusilánime como algunas de sus anteriores víctimas, y Rossi está pinchando en hueso con su táctica psicológica. Cuánto más evidencia Valentino su nerviosismo ante la opción que el catalán pueda igualar o superar su excelso palmarés, más débil se muestra… y más enfortece a Márquez en su camino hacia los diez mundiales.
La leyenda de Rossi no debería quedar enmascarada por semejante “brutta figura” como la que vemos todos.
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