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F1, la película… del régimen

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Confieso que aún no la he visto, pero tengo ganas de hacerlo. Ni que sea por solidaridad con Brad Pitt, porque los guapos solemos apoyarnos mutuamente.

Pero los comentarios de mis críticos cinematográficos de cabecera (Pepe Nieves, Alex Gorina o Carlos Boyero, por ejemplo) no entusiasman.

Dicen que “F1, la película” sólo gustará a los amantes de las carreras. O sea, que a mi sí. Que el guion es un poco “meh” (díganme una peli de deportes que no sea un documental o un reportaje que no flaquee por allí). Y que su estructura está copiada de la de Top Gun, solo que aquí el avioncito -sí, uno de esos que se le compran a Donald Trump con el 5% del PIB de los países amenazados por los pérfidos rusos- es sustituido por un bólido que también va a toda castaña, sólo que en vuelo rasante si no le falla el downforce, como le pasa al coche de Fernando Alonso.

Pero la veré, claro que la veré. Aunque sólo sea por el espectáculo de disfrutar de la F1 en pantalla gigante.

Normalmente las pelis de coches de carreras suelen decepcionarme. En su momento me gustó “Gran Prix” de John Frankenheimer  (1966), o las “24 Horas de Le Mans” (1971) protagonizada por Steve McQueen. Pero reconozco que cuando las he visionado de nuevo la (mala) manera en que han soportado el paso del tiempo me ha desengañado bastante.

Cartel promocional de "F1: La película"
Cartel promocional de «F1: La película»

Habitualmente el argumento de los films de cochecitos pilotados por señoros terriblemente bellos acostumbra a tener el mismo rigor y solidez documental automovilística que la legendaria “Sor Citroen”, de la no menos mítica Gracita Morales, para quien aprovecho para reivindicar un Goya a título póstumo.

Sólo salvo de la quema  a  “Rush”, la mejor producción sobre automovilismo realizada hasta el momento. Esta y, claro, los dibujos animados de mi infancia: “Meteoro” y “Los autos locos”, con la maravillosa Penélope Glamour y el villano Pierre Nodoyuna, inspirado en la imagen de Graham Hill.

La F1 es un universo tan enigmático, donde suceden tantas cosas entre bambalinas, donde hay tantas intrigas entre los camiones del paddock que sorprende que los argumentos de sus películas sean tan simples, facilones y pueriles con la densidad y mala uva que se esconde en los entresijos políticos del campeonato.

No me dirán, por ejemplo, que el personaje de Bernie Ecclestone no daría para un drama shakesperiano. Ríanse de Macbeth.

Se dice que el éxito de la F1 actual se debe al nivel de popularidad que la disciplina alcanzó con los millones de visualizaciones de la serie “Drive to survive”, especialmente entre los espectadores más jóvenes, durante la pandemia. A mí no me acabó de convencer, porque la ligereza y trivialidad con que se muestra cada historia supone coger el rábano de la F1 sólo por las hojas. Pero, oigan, ya sé que soy un friki de esto, un tipo rarito que probablemente no se ajusta a los cánones de lo que persiguen los mandamases de la F1 actual, esos que se ponen más cachondos con Tik Tok que con un buen libro.

Y al parecer “F1, la película” se alinea en el estilo complaciente de la serie de Netflix. Qué desperdicio no aprovechar la plataforma de la producción del talentoso Joseph Kocinski (con el mismo apellido del motorista que le amargó la vida a Carlos Cardús) para hacer un mínimo de auto-crítica y revelar la mala leche política que hay detrás de cada GP, muy diferente al mundo edulcorado que nos venden en esa especie de “Barbie” para tíos, como ha escrito alguien. Pero, eso sí: qué guapo que es Brad Pitt y que buenas estarán las palomitas que me coma cuando la vea.


Brad Pitt Formula 1

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