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Amigos… ¿para siempre?

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El abandono de Carlos Sainz en Austria por culpa de la rotura de su unidad de potencia fue algo más que una cabronada. No sólo porque se produjo en el último tramo de la carrera; no únicamente porque privó a Ferrari de un nuevo doblete; ni siquiera porque el español perdió 18 puntos de golpe y porrazo, o porque con la explosión del propulsor se esfumó el que prometía ser su sexto podio de esta temporada, encadenado a la brillante victoria de Silverstone.

Hacía tiempo que no veíamos una avería así, con un último resuello tan aparente que hizo que la tapa del motor se hinchara y deshinchase como pasa con los pulmones en el último estertor de un moribundo antes del trance definitivo.

El eco de la vaharada mecánica no terminó con el graznido del metal. Su onda expansiva va más allá del hierro, el cromo y las llamas. Tras su victoria en Inglaterra, Sainz estaba a solo 11 puntos de Leclerc en la tabla. Ahora llega a Le Castellet con una desventaja de 37; casi la más abultada que ha habido entre ambos desde que empezó la temporada, con el monegasco siempre por delante ya desde el primer doblete de Bahrein en la cita inaugural.

Después de once GP disputados la temporada llega en el Paul Ricard a su ecuador real, aunque -psicológicamente hablando- este no se cruce hasta la pausa que llegará tras la reunión de Budapest.

Once carreras en el horizonte son todo un mundo, y la tortilla aun está sobrevolando la sartén en un equilibrio tan incierto como el futuro que nos aguarda en la segunda mitad del curso. Puede que caiga de un lado, o de otro.

Pero está claro que si alguien creía que en Ferrari el orden de prioridades destacaba a Charles por delante de Carlos, puede que ahora la clasificación y el tiempo constituyan el cemento armado que consolide sus teorías.

Después de la carrera de Silverstone hubo muchas críticas hacia el equipo italiano por no haber potenciado las opciones de Leclerc en el campeonato antes que la ansia (lógica, justificada y merecida, por otra parte) del español por firmar su primera victoria.

Los hechos subyacentes a la pelea entre los dos pilotos de la Scuderia han traído mucha cola, sobretodo después de ver el talante de Leclerc al bajarse del coche y dirigirse hacia Mattia Binotto. Y la replica de este, dedo índice mediante.

Sainz ha tenido siempre buena relación con sus compañeros en todos los equipos que ha militado; incluso con Verstappen en Toro Rosso, pero también con Kvyatt y, especialmente, con Norris en McLaren y luego con Leclerc en Ferrari.

Pero ahora puede que haya llegado “el final de la inocencia” con su colega.

Por el humo se sabe donde está el fuego, y la columna que emergió del culo del F1-75 nos indicaba que algo podría oler a podrido al sur de Maranello. ¿Se acabó el buen rollo con su compi de rojo? ¿Ser o no ser?

Ya saben aquel tópico de que “tu peor enemigo es tu vecino de box”. Esta misma semana el portal es.Motorsport.com publica una charla con Nico Rosberg, a propósito de la gresca que tuvo con su compañero en Mercedes Lewis Hamilton cuando andaban a la greña por el título de 2016. «Las amistades no funcionan cuando se lucha por el título«, señala el alemán, recordando que “La relación se rompió. Se acumuló en cada fin de semana. Si quieres ser un campeón, no puedes jugar. Tienes que probar los límites y entrar en áreas grises para vencer, sobre todo cuando ambos pilotos están a tan alto nivel«.

Saltarán chispas, porque en la guerra, como en el amor… ya saben. Todo vale. Quedan once rounds por delante, y ninguna de las dos esquinas arrojará la toalla. Pero prepárense para la tensión. Y, si se tercia, incluso para asumir la sumisión. Como dice Rosberg “no puedes jugar”, y los equipos no son otra cosa que empresas donde hay mucho dinero en juego.


Carlos Sainz Charles Leclerc Circuito de Silverstone Ferrari Formula 1

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