Siempre me ha llamado la atención que el 11 de septiembre, Diada Nacional de Catalunya, se celebre una derrota, y no una victoria. En este caso la caída en tal día de 1714 de la ciudad de Barcelona a manos de las tropas borbónicas. El mismo día en Chile se conmemora el golpe de estado de Pinochet contra Allende, en 1973. Y, obviamente, en idéntica fecha el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York en 2001. Tres derrotas: una de la historia, otra de la democracia, y la última de la civilización.
Este fin de semana llega el Gran Premio Red Bull de San Marino y la Riviera de Rimini (¿no había un nombre más largo?). Sin embargo, el interés máximo de la cita en Misano se centra al día siguiente de la carrera. Efectivamente este próximo lunes es un día crucial para los pilotos de Yamaha y Honda, última y penúltima clasificadas en el mundial de marcas, después de tocar fondo en la prueba de Montmeló tras unos resultados ridículos y absolutamente sonrojantes para dos firmas con tanta historia detrás.
Los dos constructores han asegurado, afirmado, certificado, jurado y prometido que ni Marc Márquez, ni Fabio Quartararo, ni ninguno de los otros pilotos que este año están sufriendo como nunca con las dos peores motos de la parrilla van a quedar decepcionados con las novedades que van a traer para esa fecha de test oficial (el último del año), para esa jornada de esperanza, para ese de sueño que está convocado en el circuito Marco Simoncelli.
¿Y saben qué pienso? Pues que fiel a su filosofía histórica, este 11 de septiembre volverá a ser un día de derrotas, nuevamente. Y la esperanza se vestirá de frustración y el sueño no sustituirá la pesadilla actual.
Me resulta muy difícil creer que este lunes aparecerá la fórmula magistral que de la vuelta al severo correctivo, a la humillación, que las marcas europeas -Ducati, Aprilia y KTM- le están metiendo a sus contricantes asiáticas.
Aquí no hay milagros, ni pociones mágicas. Una moto no surge por el toque de una varita mágica, ni por un hechizo, ni por la ingesta de un brebaje, ni por la conjura de ningún sortilegio. Milagros en Lourdes; pero en Japón pocos, que allí fundamentalmente son sintoístas y poco dados a creer en virgencitas.
El lunes será un más de lo mismo, acaso con un poco de maquillaje para dar el pego, pero poco más.
Si tan a punto tienen la anunciada revolución: ¿por qué no la montan ya en el primer entrenamiento del viernes? No me cuela que la RC213V o la M1 cuando suenen las doce campanadas de la noche del domingo se transmuten de la calabaza que son actualmente a la carroza de cristal que nos prometen los japoneses.
Alberto Puig en Honda, y Lynn Jarvis en Yamaha, están desesperados porque no comprenden cómo sus motos han mutado de Jeckyll a Hyde. Ni ellos, ni nadie; empezando por los propios japoneses, que andan más perdidos que un pulpo en un garaje.
Me cuesta mucho dar crédito a las declaraciones del director ingeniero jefe de HRC, el sr. Kuwata-san (que de nombre de pila no se si se llama Tetsuhiro, o Sujétame-el) en las que afirma que “la revolución ya ha empezado”. Esa película ya llevamos demasiados meses viéndola en los cines de re-estreno.
No, ni la Honda ni la Yamaha serán muy distintas el lunes. Y ese mismo día, por la noche, tanto Marc como Fabio deberán meditar qué hacer con sus respectivos contratos, que terminan en 2024.
En el Circuit charlé con el francés, y le recordé que cuando ganó su título de MotoGP dijo: “mi ilusión es volver a luchar pronto cara a cara con Marc, como antes de su lesión”. Bueno, pues ya lo están haciendo de nuevo… pero por eludir quedar últimos. 11 de septiembre día de derrotas, día en que Honda y Yamaha colapsarán como las Twin Towers. Y sólo Márquez y Quartararo tienen el poder de decidir si quieren permanecer sepultados un año más bajo millones de euros. O ver la luz.
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