El agua se llevó por delante el GP de la Emilia Romagna, e hicieron bien los responsables del campeonato en cancelar la carrera de Imola. Y mira que todos teníamos ganas de que se disputase, pero lo primero es lo primero, y poner en compromiso los recursos públicos de emergencia en una situación de alerta como la que vive la región hubiera sido irresponsable.
Tras el tostonazo de Bakú, y después del despropósito horterizante de Miami nos apetecía mucho el triplete clásico que arrancaba con esta cita italiana, y que debe seguir sin pausa con las carreras de Mónaco y Barcelona.
Tres escenarios con “pedigrí”, con una historia indiscutible y una pasión por las carreras arraigada en el tiempo, no como los fogonazos protagonizados por los nuevos ricos que últimamente pueblan el calendario.
La primera vez que vi una carrera en directo en Montjuic siendo aún un niño, me entusiasmó tanto que, cuando volvía a casa de la mano de mi padre a quien jamás agradeceré lo suficiente que me hubiera llevado a ver aquello que me enamoró tanto desde el primer momento, le pregunté: “papá, ¿volveremos la semana próxima”?
En mi inocencia infantil creía que aquello de la F1 “pasaba” todos los domingos, como cuando iba al Camp Nou con el avi y a Sarrià con mi padre. Pero no. Tuve que esperar meses para volver a disfrutar con el rugir de los motores, y fue con ocasión de unas 24 Horas también en el circuito de la montaña mágica.
Y puede que esa fuera una de las “grandezas” de los GP, y que tal vez lo siga siendo: que no “pasa” cada domingo.
De ahí que puedo imaginarme la desilusión de los “tifosi” que seguro que estaban esperando su GP con la expectativa de cada año.
Desde Liberty Media andan dándole vueltas a la posibilidad de encontrar una nueva fecha para reprogramar la carrera suspendida. Pero mover un entramado tan complejo como es un paddock de F1, conseguir que las televisiones puedan reprogramar sus parrillas de emisión, que la logística de los equipos no sea una locura… es casi una misión imposible.
Oigan: que si por mi fuera yo disfrutaría con tres carreras por semana y con un calendario tan generoso como el de la NASCAR o el AMA de Supercross, en el que los equipos se pasan más días dando vueltas a una pista que aparcados en su casa. Pero una cosa es lo que quisiéramos, y otra muy distinta lo que pueda ser.
Por eso la intención de dibujar temporadas con 25 GP, o más como pretenden algunos, es terriblemente complicada. No sólo se trata de programar fechas, cuadrar contratos y fletar aviones. También consiste en evitar coincidencias con otros eventos deportivos de gran magnitud para obtener la máxima repercusión y retorno para todos los implicados.
Bernie Ecclestone siempre decía que “lo exclusivo”, lo accesible sólo a unos pocos, era una de las claves del éxito de la F1 porque creaba “deseabilidad”.
Si el concepto de calendario de una temporada cambia, si se diluye esa capacidad para crear expectativas, para generar interés por un acontecimiento tan superlativo como es un GP de F1, puede que la fórmula del éxito acabe fracasando.
Entiendo los esfuerzos por contentar a todos, y el propósito para minimizar las muchas pérdidas que genera una anulación como la carrera de Imola, pero aunque sea a un precio muy alto, la oportunidad debería servir también para reflexionar sobre qué formato hay que darle a una temporada de carreras.
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