Este lunes coincidió el día que Hamilton aparecía -teóricamente- por primera vez en Maranello con el que Ducati presentó oficialmente a Márquez vestido de rojo, en este caso en Madonna di Campiglio.
La casualidad me recordó la primera vez que Fernando Alonso y Valentino Rossi se encontraron también enfundados de carmesí -uno para Ferrari, el otro para Ducati- en el mismo escenario, en los Dolomitas, en 2011.
Ni el asturiano pudo ser campeón con la Scuderia, ni el italiano con los de Borgo Panigale. Ojalá la historia sea diferente esta vez.
Las presentaciones, la de entonces y las de hoy, despertaron un interés mundial espectacular, no en vano los cuatro han sido reyes del motorsport moderno.
La reunión de esta vez en la nieve me ha recordado la de entonces. La convocatoria promovida por Phillip Morris tuvo su punto culminante en la fiesta de la última noche, en una discoteca llamada Zangola. Cuando ya quedábamos menos invitados de los que Marlboro había traído días antes, la confianza promovida por el alcohol y las luces de colorines reflejadas en la bola de espejo del centro de la pista de baile hicieron que el duelo mediático entre el Nano y el Doctor fuera épico. Ganó el asturiano, en casa del motorista, y por goleada. Se lo comió con patatas cuando le reclamó como ayudante para sus juegos de manos. El mago le ganó la partida al ilusionista, y el aura del italiano se desvaneció cuando Alonso apenas estaba amenizándonos con sus primeros trucos espectaculares. Histórico, créanme. Alonso se disfrazó de crooner, y al amo del lugar le tocó el papel de ayudante, de gregario, casi de becario.
Esta vez ha pasado casi lo mismo con Marc y con Bagnaia. Sólo que al de Cervera no le hizo falta ni sacar la varita ni tener que recurrir a ningún hechizo. Los polvos mágicos venían ya esparcidos en el ambiente, desde casa, casi de serie.
Parecía que a Pecco, el campeón vigente de los últimos tiempos, le correspondía el papel de “aspirante”. Sabe que en breve empezará una lucha por un diploma que sólo puede perder. Si gana de nuevo se habrá encumbrado mucho más alto en la cima de la gloria de lo que sus títulos mundiales ya acredita. Si no, habrá sucumbido frente a uno de los mejores pilotos de la historia, y con las mismas armas. Esta vez sí.

Si Marc obtiene el anhelado título su leyenda ya permanecerá indeleble; pero si no, en igualdad de condiciones, tal vez ahora empiece de verdad el final de una era.
Con Hamilton en Ferrari sucede algo parecido. No tiene la necesidad de ganar, aunque sí la presión por hacerlo -como siempre sucede en quienes compiten con el escudo del cavallino rampante-, y para recuperar el cetro que le arrebató Max Verstappen. No es una empresa nada fácil, con total seguridad. Y si no la logra, tal vez otro cambio de ciclo también quedará sellado.
“Ducati me devolvió la sonrisa”, dijo Marc en las montañas del Trentino. Ojalá esa sonrisa quede permanentemente fija en su rostro a lo largo del año apasionante que nos espera.
Ferrari Lewis Hamilton