Cuando lean esta columna, Jorge Martín ya habrá hecho sus primeros kilómetros con la RS-GP25 en Sakhir. Ojalá que hayan sido muchos y que le hayan ido bien. El madrileño -vigente campeón mundial de MotoGP- no merecía el infortunio que tuvo en la pretemporada en forma de doble caída y sendos pasos por el quirófano después de hacer apenas una docena de vueltas en Sepang y un aciago entreno de supermotard en un karting. Un tiempo de relación tan escaso que no es que haya permitido a él y su Aprilia conocerse, enamorarse ni mucho menos seducirse, sino que fue tan breve que casi ni les dejó tutearse o intercambiarse los teléfonos.
Ha sido una pena que no haya podido lucir el número 1 en el carenado de su moto desde la primera carrera, pero aún resulta más triste la negativa que ha recibido a su súplica de poder hacer un test de verdad antes de ese ensayo con “fuego real” que tendrá este fin de semana en Catar. Era por su bien, claro. Y sobre todo por su seguridad; pero también por la del resto de sus compañeros en la parrilla.

Ya sabemos que esto es un negocio, y que en la guerra como en el amor… Pero tras el fair-play con que en su momento se validaron las llamadas “concesiones” a equipos como Honda o Yamaha para que retomaran el tono muscular perdido tras el cese de la actividad en sus fábricas durante la pandemia, ahora la generosidad demostrada por sus rivales no ha sido recíproca.
Puede que en Aprilia no hayan gestionado la supuesta bula como correspondía, pero la visceralidad con que se ha actuado negando la petición no es de recibo.
La reacción no es sólo la de unos competidores comerciales. Esto ha sido un ataque directo, un “al enemigo ni agua”, un menosprecio a un chaval -vale, sí: el campeón del mundo- de 27 años al que le llevan un montón de kilómetros de ventaja. Los que se ha perdido en estos dos meses de ausencia, tres carreras (y lo que tarde en pillarle el tono) tras dos castañazos de órdago que le pusieron, más allá de la depresión, al filo de arrojar la toalla.
Y es desde esa desesperación desde donde debe entenderse la reclusión en esa burbuja en la que ha permanecido enclaustrado Jorge durante este tiempo de obligada oscuridad. Pero Martín, y especialmente su entorno, deben comprender que a veces es necesario abrir las ventanas para que circule el aire fresco -especialmente cuando tiene la pureza que se respira en las montañas andorranas-, y para respirar otros aires más allá de los que, por repetición, pueden llegar a ser nocivos. Y precisamente ese entorno -y el propio piloto- deben valorar el respeto con que todos hemos tratado el imprescindible aislamiento deseado por Jorge.
Pero también deben reflexionar sobre algunas actitudes, determinados silencios, demasiadas e innecesarias lejanías, excesivos blindajes y resquemores injusta e inadecuadamente saneados. Porque las cuentas pendientes no pueden solucionarse conectando el riego de la discrepancia como si fuera un aspersor, cuando tal vez tocaba hacerlo gota a gota y de manera más selectiva para no salpicar a cuantos no tienen (ni merecen) deuda alguna que saldar.
No, Martín, el campeón del mundo al que tanto necesita el mundial y que todos tanto hemos añorado y necesitado, no merecía la mala suerte que ha tenido en esa cruel pretemporada. Ni mucho menos la poca generosidad con que le han tratado sus rivales. Pero nosotros tampoco merecíamos su silencio, su lejanía, ni su condicionada y mediatizada opacidad.
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