Como todos los que presumen de cetro, corona y trono, no les ha escogido nadie. Su reinado no es consecuencia de ningún sufragio universal, ni -por supuesto- de mandato divino alguno.
Ni, por lo que hemos visto, están exentos de las debilidades de todo lo que comporta lo humano. Son reyes, sí, pero de carne y hueso, con todo lo que ello conlleva.
Y, en este caso, su realeza no proviene de ninguna herencia biológica sino de otra fuente que no sea su indiscutible talento y habilidad para desarrollar una excelencia que les hace ser diferentes, extraordinarios y -estos sí- superiores al resto de los que aspiran a sucederles.
Y, por descontado, gracias a una gran capacidad para desarrollar un volumen de trabajo fuera de lo habitual. Definitivamente: estos sí, que sí.
Marc Márquez y Lewis Hamilton son los reyes del motor en este momento, se mire como se mire. Las cifras y la historia lo afirman, más allá de filias y fobias que no dejan de ser apreciaciones subjetivas que quedan automáticamente deslegitimizadas por la rotunda contundencia de los datos.
Sin embargo, en tiempos en que tanto lo tangible como lo etéreo está en permanente cuestión, ni el uno ni el otro escapan a la crítica.
Al primero le echan en cara su atrevimiento, primero al regresar a Jerez apenas cuatro días después de su caída en la pista andaluza, y luego por forzar de tal modo la rehabilitación de su brazo hasta el extremo de causar la rotura por estrés de la placa de titanio que le colocaron para estabilizarlo.
Al segundo le minimizan el mérito de su victoria en Silverstone -tercera del año, séptima en esa pista, 87 (¡87!) en su carrera- porque su Mercedes pinchó en un lugar relativamente cercano a la línea de meta, a diferencia de lo que les pasó a su compañero Bottas o a Sainz.
En el caso del de Cervera, la onda expansiva del ventilador orgánico alcanza incluso al doctor Xavi Mir, probablemente el mejor traumatólogo del país, si de manos y extremidades superiores se trata. Pero ya se sabe que en cada hogar patrio se esconde un genio del bisturí capaz de cuestionar, eso sí: desde la ignorancia, a quien ha acreditado un rigor profesional superlativo. Como si el citado galeno fuera el encargado de supervisar la recuperación física del de Honda, por cierto.
En cierta ocasión, un afamado cirujano me dijo: “operar a deportistas como Márquez es muy arriesgado. Si la cosa sale bien, te encumbran a los altares. Pero, si después de cien intervenciones fallas en una, tu trayectoria profesional se va al garete”.
“Sully” es una extraordinaria película dirigida por Clint Eastwood en la que Tom Hanks interpreta a un veterano capitán de aviación. En ella se cuenta el juicio a dicho piloto por un amerizaje de emergencia en el rio Hudson en el que, saltándose los protocolos de seguridad establecidos, logra salvar a todos los pasajeros del vuelo 1549 de US Airways. En una escena, Hanks dice: “44 años de vuelos sin incidencias, y van a retirar mi licencia por una maniobra de 4 minutos”.
Donde dice Sully escriban Mir, y sustituyan el aeropuerto de La Guardia por el quirófano de la Dexeus. O por el gimnasio de Cervera.
Y sobre el de Mercedes, sus más despreciables críticos obvian que su última vuelta a tres ruedas fue solo 8 segundos más lenta que la más rápida de la carrera de F3 del mismo día. Una bestialidad.
A Márquez su lesión le va a costar, probablemente, el título de una temporada con todavía doce carreras por delante, de las que se va a perder mínimo dos más. Son los riesgos de una campaña al sprint.
A Hamilton su victoria le puede empujar a emparejarse con el Kaiser Schumacher.
Márquez, Hamilton, Schumacher. Reyes. Reyes de verdad. De los que no huyen jamás, porque su “monarquía” se sostiene sobre tres pilares: trabajo, valentía y honestidad.
Lewis Hamilton Marc Márquez Michael Schumacher