No deja de ser una parábola que la temporada de MotoGP termine en esa montaña rusa que es Portimao. El Autódromo do Algarve ya es escenario habitual de carreras de Superbikes desde hace tiempo, y este año tras recibir la F1 por primera vez ahora acoge también al mundial de velocidad.
Es un trazado maravilloso, muy técnico. Un desafío para máquinas y pilotos. Lleno de subidas y bajadas. Como la temporada que termina este fin de semana para cerrar este año en el que, más que en un tobogán, hemos estado instalados en esa especie de columpio que ha balanceado nuestras vidas convirtiéndolas en un ir y venir de sentimientos.
Proclamado Joan Mir de modo oficial como el heredero del trono de Marc Márquez, veremos este fin de semana quiénes son los nuevos reyes de las dos otras categorías. Ojalá que Albert Arenas lo sea en Moto3. La historia les recordará como los mejores supervivientes del curso más extraño de nuestras vidas, de la temporada más corta de la era moderna del campeonato.
Pero, con el máximo respeto para esos nuevos inquilinos del Hall of the Fame de las motos, si quieren que les diga la verdad, mi héroe del 2020 es otro distinto a ellos.
No lleva casco, ni forma parte del reparto de las películas de la Marvel, pero tiene casi tantos super-poderes (si no más) que ellos. Es del Barça -por mucho que les duela a sus hijos-, tiene 74 años, y no me lo imagino en un póster en mi habitación. Pero como si lo tuviera, oigan.
Este año ha golpeado al virus con su enorme manaza. Lo ha estrellado contra la pared como solía hacerlo con la pelota que impulsaba contra el frontón en sus años mozos de pelotari. Con la misma determinación con la que conducía aquella moto con la que, tubo de escape de recambio colgado a la espalda como si fuera una bota de vino, iba de pueblo en pueblo para correr en cuantas carreras de “festa major” se terciaran en aquella España en blanco y negro. Con esa mala leche que hacía falta para competir contra sus rivales en la copa TS. Con la perspectiva acertada con la que puso en marcha Calafat, despertó el Jarama, o arrancó Montmeló. Con la intuición que tuvo al apoyar el talento de Carlos Sainz y llevarlo al mundial. Con el acierto que demuestra día a día desde que impulsó la dignificación del motociclismo con la creación de Dorna.
Lo que ha hecho Carmelo Ezpeleta (y todo su equipo) este año es brutal, increíble. Y no sólo por el desafío logístico que ha supuesto salvar las (interesantísimas) temporadas de MotoGP y Superbikes con unos calendarios más que cumplidores. Y no únicamente por la forma en que toda la comunidad del paddock ha capeado la pandemia, con tan pocos positivos como ha habido en relación al volumen de gente y de viajes implicados (… ya es mala suerte que alguien tan mediático como Rossi cayera enfermo).
Que se trataba de su “negoci”, por supuesto. Pero también del modus vivendi de equipos, mecánicos, chóferes, cocineros, montadores, periodistas etc. Desde el primer momento Dorna puso en marcha un plan de ayudas a los equipos involucrados con una celeridad que debería ser imitada por más de un gobierno. Y por supuesto por la F1.
Por todo ello, Carmelo y su gente han sido este 2020 los grandes héroes del mundial. Gracias por tanto.
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