A la carrera de México se la denomina el GP F1esta. Lo cierto es que el ambiente que suele respirarse en el Hermanos Rodríguez es excepcional, y no solo en la grada casi “indoor” del Foro Sol, sino también a lo largo de sus casi cuatro kilómetros y medio de longitud. No en vano esta prueba ha sido premiada como “la mejor” en más de una temporada.
Pero el año pasado con ocasión del estreno de la prueba de Miami, que repite este fin de semana, vimos a un público absolutamente enfervorizado, con un entusiasmo algo desproporcionado con la intensidad competitiva que se vivió en la pista.
Parecía como si los aficionados que llenaron a reventar las gradas de Miami Gardens anduvieran con el DRS abierto mucho más allá de las zonas permitidas. La sensación era como si aquella efervescencia y subidón colectivo fuera consecuencia de algún aditivo artificial de los que aparecen en el cine y en algunas series televisivas como Miami Vice o Corrupción en Miami, entre otras.
El público de Florida, casi tan “Fast” como “Furious”, aparecía por las pantallas de televisión más saltarín que los bufeos que dan nombre a los Dolphins del Hard Rock Stadium que rodea la pista de F1.
Veremos si la carrera de este año hará las delicias de Scarface o las de “Los ángeles de Charlie”, pero por poco animada que sea seguro que será mejor que el tostonazo que nos deparó el soporífero GP de Azerbayán tanto en la carrera al sprint del sábado -no convence la nueva normativa de calificación, por cierto- como en el carrusel del domingo. El angosto circuito de Bakú nos deparó una procesión más densa que las caravanas de la AP-7 en Santa Margarida i els Monjos.
Sólo el adelantamiento de Alonso a Sainz nos hizo saltar del sofá, y nos despejó de una modorra que aconsejaba echarse la siesta con el HANS puesto para evitar desnucarse con la sucesión de cabezazos que tan tremendo rollazo nos estaba provocando.
Venimos de un par de temporadas buenísimas, con intermitentes destellos de emoción que nos han deparado algunas carreras extraordinarias. Por ello, la F1 ahora no puede permitirse la condena de volver a la casilla de salida con fiascos como el de Bakú. Entre el plomazo del pasado fin de semana y la perspectiva sandunguera de este debe haber un término medio. Y se llama “carreras”, ese concepto que parece a veces haber caído en el olvido.
Somos algunos, creo que bastantes, los que nos enganchamos a este deporte cuando no existía ni el DRS, ni el KERS, ni la MGU-K ni otras mandangas; ni tampoco necesitábamos a los pilotos haciendo el pino-puente por Tik-Tok, ni ninguna otra suerte de gansadas y monerías. Cuando, como decía James Hunt, “el sexo era seguro y la F1 peligrosa”. Yo no quiero peligros ni riesgos absurdos ni en este ni en ningún otro deporte. Pero sí demando competitividad, espectáculo, pasión. Y para que todo ello exista, lo primero que tiene que haber son circuitos adecuados. Aunque sean urbanos. El escenario de Bakú parece más apropiado para el catálogo de una agencia de viajes que para veinte bólidos de F1 a toda chufa entre sus paredes de cartón piedra. Y como Bakú, otros paraísos tan artificiales como el de Miami también me sobran.
Llámenme “boomer” si quieren, pero a mi denme Spa, Suzuka, Monza, Jarama… y por supuesto Montjuic (que también tiene las torres de su Poble Español como las que vimos el domingo en el GP Dormidina). Bakú o Miami son a la F1 lo que McDonalds es al Bulli. Y a mi me gusta comer bien, como es obvio.
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